Considerado uno de los reyes indiscutibles de la moda, fue capaz de enamorarnos con sus esmóquines para mujer, sus vestidos elevados a la categoría de arte y su emocionante capacidad de entender el alma femenina. Genio y figura, Saint Laurent será por siempre el mago de la alta costura, una leyenda irrepetible con capacidad para transformar la simplicidad en elegancia.
Es muy fácil entender la fascinación y la locura desmesurada que existe en torno a la figura de Yves Saint Laurent. Una historia que combina el éxito público con un profundo sufrimiento privado. Una vida plagada de luces y sombras. Típica biografía que a Hollywood tanto le gusta narrar. Yves Henri Donat Mathieu-Saint-Laurent (Orán, Argelia, 1936) soñaba con París y la alta costura: un paria intimidado en la escuela, que devoraba las revistas su madre que compraba en la librería del bulevar Seguin y que luego dibujaba sin cesar. Un adolescente incomprendido, apasionado de la moda, que con 14 años se atrevió a participar en el concurso del Secretariado Internacional de la Lana de París. No hubo suerte.
Al año siguiente, en 1951, volvió a intentarlo y, esta vez sí, resultó ganador ante su eterno antagonista, Karl Lagerfeld. Sus diseños sorprendieron tanto al especialista en moda Michel de Brunhoff que decidió convertirse en su mecenas haciéndole llegar sus bocetos a Christian Dior. En 1954, Yves Saint Laurent comenzó su andadura junto a Dior. Largas tardes en el taller, confidencias varias y un entendimiento mutuo hicieron que, tras tres años a su vera, monsieur Dior le nombrase su sucesor. Ese mismo año, el maestro de la alta costura muere de un infarto. Saint Laurent coge el testigo de la casa francesa y acierta a liderar la firma con soltura al proyectar internacionalmente el new look —faldas amplias, cuerpos ceñidos y cinturas de avispa—, causando un resurgir financiero de la marca que atravesaba por una época complicada.
A principios de 1960, Yves fue llamado a filas coincidiendo con la guerra de independencia de Argelia. Saint Laurent duró apenas veinte días en el ejército debido a las humillaciones constantes que le infligieron en las trincheras, sufrió un ataque de estrés y fue ingresado en un hospital militar. Allí́ supo que la casa Dior le había sustituido por Marc Bohan, lo que empeoró su estado emocional y le hizo ingresar en el psiquiátrico de Val-de-Grâce de París. El diseñador se sumió en una profunda depresión que derivó en una gran dependencia hacia los tranquilizantes y el alcohol. Con la ayuda de su amigo —y poco después, pareja sentimental— Pierre Bergé, logró salir de ese fango y pedir la liquidación correspondiente en Dior. La recién descubierta libertad se convirtió en una oportunidad única. Junto a Bergé, Yves decidió abrir su propia boutique bajo las siglas YSL. Estamos en 1961 y el príncipe de la moda empieza a volar alto. Su primera colección, Ligne Trapéze, fue un éxito instantáneo, el público y la industria estaban estupefactos con la delicadeza y destreza del jovencísimo argelino. Ya ostentaba el título de diseñador más joven en subirse a la alta costura francesa, pero Yves quería más, mucho más.
En la década de los 60 deleitó a las masas con el ahora popular mono, feminizando el esmoquin (Catherine Deneuve fue la primera en lucirlo), reinventando las saharianas —prenda militar utilizada por la armada inglesa en la India a comienzos del siglo XIX— y homenajeando a artistas como Mondrian, Picasso o Goya.
En los años 70, Saint Laurent consiguió reinventar los cánones que imperaban en la moda, basados en estampados psicodélicos y pantalones de campana; lo hizo inspirándose en la década de los 40 y sus vestidos con la espalda al descubierto o las blusas transparentes. También consiguió escandalizar a la opinión pública con el primer desnudo masculino, que él mismo protagonizó para promocionar su fragancia Pour Homme. En los años 80 había creado un emporio con más de diez mil trabajadores en doscientos países. La genialidad del creador traspasaba fronteras, con retrospectiva incluida en el Museo Metropolitano de Nueva York. Y aunque sus colecciones se habían hecho repetitivas y algo extravagantes para la época, Yves seguía siendo Yves.
Siguió en esa estela hasta que en los 90 encontró su espacio definitivo gracias, en parte, a que la jet set de la moda terminó por cansarse del movimiento grunge que predominaba en la pasarela. La industria se lo debía y el gran público se rindió a sus pies. En enero de 2002 anunció su retirada definitiva de las pasarelas con un desfile único rodeado de todas sus musas. El 1 de junio de 2008 el corazón de la aguja de oro dejó de latir. El icono masculino por excelencia de la alta costura nos había dejado huérfanos. El cine no tardó en darse cuenta de que la suya era una historia digna de ser contada en pantalla grande. Una existencia colmada de excesos, alcohol y otras drogas que no impidieron que la genialidad y creatividad se viesen mermadas.
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