La insigne diseñadora británica Vivienne Westwood –atrevida, valiente y poseedora de una creatividad exultante– pasará a los anales de la historia como la maestra de la aguja más transgresora de la Alta Costura. Grandes de la industria como Jean-Paul Gaultier o Alexander McQueen, hijos del post-punk, le deben casi toda a esta gran dama. Su sombra es, y será, muy alargada.
¿Vivienne Westwood? ¿No fue aquella que se presentó en el Palacio de Buckingham sin ropa interior y se levantó la falda? ¿No fue la misma que hizo una campaña con un cotizado actor porno gay? ¿No fue la modelo con más canas en cruzar la pasarela del salón dorado del hotel Intercontinental Paris Le Grand? Rebelde, extraordinaria, independiente, activista... Infinidad de adjetivos la convierten en el icono del espíritu punk. Vivienne Westwood (Derbyshire, Reino Unido, 1941) es una leyenda viva.
Mientras el movimiento hippy llegaba a su máxima expresión a principios de los 70, Londres vivía su propia revolución sin flores ni corazones: el punk. Un movImiento cuyo buque insignia era la banda Sex Pistols –apadrinados por el exmarido de Vivienne, Malcolm McLaren–, cinco wild boys amigos de las drogas y el alcohol y que cantaban God Save the Queen a pleno pulmón sobre el escenario de cualquier garito que se lo permitiese. Como todo buen grupo maldito que se preciase, los Sex Pistols poseían un estilo propio e inconfundible a la hora de vestir. La banda y Vivienne habían comenzado a escribir su propia leyenda en paralelo.
La primera boutique de Westwood junto a su marido, ubicada en el 430 de King’s Road, cambió varias veces de nombre hasta que un cartel rotulado en rosa con la palabra “sex” escandalizó al completo de la sociedad inglesa. Una sencilla palabra de tres letras que hoy pasaría desapercibida, pero que, por aquel entonces, supuso toda una provocación. Sid Vicius y su pandilla adoptaron el nombre de la banda inspirándose en la tienda; se convirtieron en los mejores partners de la creadora de pelo de fuego, luciendo también sus diseños en sus dejarse ver por Camden. Poco después, gracias a la creciente popularidad de los hijos de la anarquía, la marca Sex logró atraer a todos sus fans y a la nueva legión de devotos de esta era de marcada estética contracultural. Las calles del Londres más underground se llenaron de la excentricidad de la señora Westwood convirtiéndola de este modo en la reina del punk prêt-à-porter.
En estos comienzos, Vivienne quiso ser una rebelde con causa y rescató del baúl del olvido el tartán a modo de guiño al yugo que asfixiaba al pueblo escocés por parte del gobierno. Todo conjugado con su propio calzado fetiche, las Dr. Martens; eso sí... bien agujereadas y pintadas, cuanta más mugre y decadencia, mejor. Mil eslóganes plasmados en camisetas se hicieron con las calles, las ideas de Westwood y los suyos cobraban forma de profundo rechazo a la iglesia, a la monarquía, al gobierno y al capitalismo. De esta rebelión utópica surgieron prendas como la mítica camiseta de los cowboys o el modelo Destroy, una mofa a las jerarquías británicas que la alzaron al Olimpo de la industria. Vivienne Westwood también será recordada por inventar la falda Mini-Crini, los zapatos rocking horse o las plataformas con las que Naomi Campbell se deslizó por la pasarela, incluso también por haber hecho ropa imponente para mujeres que quieren sentirse poderosas a la vez que elegantes.
A comienzos de los 80, Vivienne desfiló por primera vez en París. Allí presentó su colección Pirata, en la que mostraba un look corsario a través de un ejército de maleantes punk que consiguieron que el público se pusiese en pie ovacionando el talento y la genialidad de la diseñadora. El mundo se había rendido finalmente a sus pies y no importaron ni su separación personal y laboral de McLaren (absorbido por la industria musical) ni el grupúsculo de detractores (que también los hubo); la inglesa había alcanzado el summum de su creatividad: tartanes varios, drapeados, corpiños y polisones que creaban voluminosos traseros. El mito ya era realidad.
Hasta la Reina Isabel II de Inglaterra (ironías de la existencia) acabó condecorándola, en 1992, con la Orden del Imperio Británico. En esta década de los 90, Vivienne entra en una nueva etapa influenciada por el savoir faire francés: proporción refinada versus sastrería. Grand Hotel fue su primera colección de este período, un cambio total de registro sin renunciar a sus gritos de guerra contra las injusticias: provocar e incomodar.
Con el cambio de siglo, las propuestas de Vivienne fueron entroncando con la Haute Couture, la exageración es un plus y eso ella lo sabe muy bien. Estrellas como Stuart Vevers han sabido tomar buena nota de la aguja más gamberra, por eso hoy presumen de ser unos muy dignos sucesores. La herencia será abrumadora, porque el genio de Vivienne Westwood es único. Larga vida a la reina del punk.
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