VALENTINO FW25: ¡Viva el retro preppy!
- Redacción Folie
- 10 mar
- 3 Min. de lectura
Valentino se convirtió en un teatro de sombras y luces, donde la estética maximalista de Alessandro Michele se entrelazó con sus propios ecos de lo efímero y lo eterno.
«Le Méta-Théâtre Des Intimités», un título que susurra secretos, se desplegó en París como una oda a lo que se esconde y lo que se muestra, un juego sublime entre lo personal y lo público, lo visible y lo secreto. Michele, como un alquimista de la moda, tejió un desfile donde cada capa, cada joya, cada sombra hablaba de una metamorfosis, de una identidad que nunca se termina de definir, que siempre se disfraza, se transforma y se revela.
El escenario era un espejo distorsionado del mundo, un cuarto de baño escolar envuelto en un rojo cereza profundo, un lugar donde lo mundano se volvía surrealista, como salido de una pesadilla de Lynch. Las modelos, como espectros de un sueño, emergían al mismo tiempo de los lavabos, deslizándose por la pasarela como sombras fugaces, mientras luces titilantes iluminaban su paso, y regresaban, una y otra vez, al espejo, como si el acto de mirarse fuera el núcleo de su existencia.
La melodía de Gods & Monsters de Lana del Rey flotaba en el aire, y las prendas se deslizaban como ecos de una realidad fragmentada. Los cuerpos se cubrían con encajes etéreos, adornos monumentales y pañuelos que parecían susurrar historias de otros tiempos. Cada atuendo, como un poema visual, fluctuaba entre la sencillez y el exceso, entre lo cotidiano y lo mágico. Algunas modelos, despojadas de todo, mostraban fragmentos de su piel, mientras que otras, envueltas en capas de telas, se sumían en el misterio de la ocultación. Gafas de sol, pasamontañas, capuchas ajustadas... una armadura invisible que ofrecía resguardo y distanciamiento del ojo ajeno.
Michele, con su mirada inquieta, exploraba la paradoja de la intimidad: un espacio sagrado que se expone, un refugio que se convierte en escenario. “No hay un yo auténtico”, decía, despojando la idea de una esencia inmutable. La vida misma, como un velo que nunca se rasga por completo, cambia, moldea y transforma. En su universo, no existe una identidad fija, solo una sucesión de máscaras, de capas que se colocan y se quitan, revelando solo lo que estamos dispuestos a mostrar.
Los accesorios, como símbolos de poder y metamorfosis, se erigen como los verdaderos protagonistas de esta narración. No son solo ornamentos, sino fragmentos de almas que se visten de fantasía. Las grandes gafas de aviador, los sombreros que desafiaban la forma, los maxivestidos de encaje en sangre y sombras, se tejían como sueños olvidados, como relatos suspendidos en el tiempo. Cada pieza, cada gesto, era un acto de resistencia contra las reglas establecidas, un grito de libertad en medio del caos ordenado de la moda.
El clímax del desfile no residió en una prenda específica, sino en el poder transformador de un solo accesorio. Un collar grueso, una diadema de tela ancha, unas gafas geek-chic, todos ellos eran puertas que conducían a un universo paralelo, donde lo que se muestra y lo que se oculta se fusionan en un solo latido. Con 80 looks, el desfile ofreció un abanico infinito de posibilidades, una invitación a descubrir qué parte de ti deseas revelar y qué parte prefieres mantener en las sombras.
En el universo de Valentino, la moda no es solo un vestido que cubre el cuerpo, sino una máscara que revela lo más profundo del alma.
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