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Foto del escritorPaula Polizzotto

Mireia Oriol: En cuerpo y alma

“Si no practicamos un poco el egoísmo profesional, entras en un bucle infinito de mierda y de pensar ‘no quiero estar aquí”.

FOTOGRAFÍA: ANDRÉS GARCÍA LUJÁN; MUAH: NATALIA BELDA

Como una moneda de dos caras, la interpretación es para Mireia Oriol un punto de encuentro entre la fortaleza y la vulnerabilidad. Actuando se ayuda a sí misma, se hace fuerte ante las exigencias de una industria que no descansa, y también conecta con el dolor, tan importante de abrazar como la felicidad para sacar el máximo de verdad delante de la cámara. Quedamos con la actriz para descubrir una personalidad tranquila y atenta, y un discurso en el dice haber encontrado su lugar en el mundo, uno que no fue siempre su primera opción.


FOTOGRAFÍA: ANDRÉS GARCÍA LUJÁN; MUAH: NATALIA BELDA


Dicen que la intuición es sabia consejera, pero cuando se es adolescente, es probable que el caos hormonal y la necesidad de aceptación no permitan hacer caso a lo que el instinto dicta. Algunas decisiones que hoy no volvería a tomar le han aportado a Mireia Oriol grandes dosis de aprendizaje, reflexión y, sobre todo, valentía para moverse en una realidad a veces poco amable. “Con 16 años comencé a trabajar como modelo y mi vida se dividió entre París, Londres y Madrid. Rebotaba de un lado a otro y acabé influenciada por muchas personas que anularon mi intuición -apunta-. Me marcaban tan claro ‘tú serás y harás esto’, que llegué a satisfacer más los deseos ajenos que los míos propios”. Trabajar en la industria de la moda la llevó a despertar, a preguntarse cómo quería realmente mostrarse ante el mundo. “En la moda me ha pasado de aparecer en sitios super random y pensar ‘Tía, ¿qué haces aquí? Si no te apetece…’ Me dejaba fluir sin pensar y dejé de ser yo. -cuenta encogiéndose de hombros-. Después de dos años luchando por lo que creía su sueño y a pocos castings de desfilar en la Paris Fashion Week, una crisis de ansiedad hizo que lo dejara de un día para otro. “Justo cuando todos veían inminente mi salto a París, decidí cortar de raíz. Mi agencia se enfadó muchísimo y mi familia me preguntaba todo el rato si estaba segura de lo que hacía. No sabía lo que vendría después, pero había algo dentro de mí que me decía que no siguiera”, sentencia. Su salida de la moda fue kamikaze, pero con el tiempo, Mireia se reconcilió con ella. Además, algunas experiencias “traumáticas” le han enseñado a apagar esa voz interior que le dice lo que debe hacer y a enchufar la de la intuición. “A veces la voz mental, que es muy grande y grita mucho, se dispara tanto que es imposible escuchar esa voz más chiquitita, que nos guía hacia donde de verdad queremos estar. Es a esta a la que tenemos que darle volumen", afirma.

FOTOGRAFÍA: ANDRÉS GARCÍA LUJÁN; MUAH: NATALIA BELDA

Después de tres años del estreno de su primera película -El Pacto, dirigida por David Victori, junto a Belén Rueda y Darío Grandinetti-, Mireia concibe la interpretación como el camino hacia la aceptación, la suya propia y la de los demás. “He temido el rechazo toda mi vida. Es mi gran tema ahora. Creo que se pueden decir las cosas desde un sitio ‘tranqui’, aprender a decir que ‘no’ sin que se acabe el mundo. Si no practicamos un poco el egoísmo profesional, entras en un bucle infinito de mierda y de pensar ‘no quiero estar aquí’. En un momento en el que la industria del entretenimiento produce sin pausa, para la actriz es imprescindible saber qué se quiere de esta profesión, “el motivo real por el que estás aquí”. El suyo, al menos por ahora, es comprenderse a sí misma y buscar constantemente el porqué de las cosas. Otros proyectos como la serie Las del hockey (2019) y la película El arte de volver (2020) confirman que su momento es ahora, cuando el latir de la sociedad vuelve a estar preparado para escuchar lo que las nuevas generaciones tienen que decir.

Las plataformas de streaming, y Netflix es concreto, tocan muchas vidas en su lucha por la inclusión, pues deciden qué historias se cuentan y quienes las cuentan. Como parte del engranaje, la actriz reconoce que no existe un discurso real bien construido. “Depende mucho de quién esté detrás del proyecto. Hay un factor oportunista porque algunas plataformas o productores solo lo hacen por tener la etiqueta de ‘inclusivo’. Por otro lado, se da voz a personas que antes no la tenían y se apuesta por proyectos alternativos que antes se habrían considerado indie, pero que ahora son masivos”.

FOTOGRAFÍA: ANDRÉS GARCÍA LUJÁN; MUAH: NATALIA BELDA

En estos tres años, pandemia mediante, Oriol se ha asentado como una de las grandes promesas de la pequeña y gran pantalla. Próximamente se estrena como protagonista de Alma, un thriller sobrenatural producido por Netflix y creado por Sergio G. Sánchez (El secreto de Marrowbone, El Orfanato), donde interpreta a una joven que despierta tras un accidente de autobús sin recordar nada de su vida pasada. Alma me supuso un reto interpretativo tan heavy, que no pude abordarlo de la manera clásica. Tuve que vivir en profundidad todas las emociones -el miedo, la ira, la enfermedad- para que el personaje sea auténtico.” La nueva serie es hasta ahora su proyecto más especial, tanto, que dice haberle girado la vida por completo. “Fue una experiencia mágica y transformadora. Tras siete meses rodando en Asturias, se creó un efecto burbuja entre todos los compañeros. Cuando acabamos de grabar, me costó bastante reubicarme y me chocaba ver cómo la gente había seguido con sus vidas mientras yo había estado aislada de todo”.




FOTOGRAFÍA: ANDRÉS GARCÍA LUJÁN; MUAH: NATALIA BELDA

Lo guay de mi generación es que lo cuestionamos todo, somos rebeldes emocionales. Estamos en la transición de venir de unos ideales muy fuertes en cuanto al amor, a las relaciones o a las mujeres y tenemos que aprender a lidiar con lo que somos hoy y con lo que queremos ser mañana”.

La introspección es su manera de sanar y de respirar, aunque “el confinamiento -dice- me sentó muy bien. Pasear a mi perra fue una de mis formas de evasión; la otra, arraigarme junto a los míos en mi casa de Barcelona”. Ahora ve el mundo desde un sitio tranquilo, alejada de aquella época en la que las redes sociales absorbían cuatro horas diarias de su vida. “El uso excesivo de las redes sociales es tóxico, sobre todo en épocas en las que estás mal. Hay un punto insano y frívolo que genera mucha comparación. Yo tengo el problema de no poder dejar de ser productiva. Durante el confinamiento me plantee si realmente vivía mi vida como yo quería y lo cierto es que me vi envuelta en la rueda del capitalismo, así que decidí frenar y empecé a escribir, a meditar y hacer yoga”, concluye.


Construir un mundo mejor desde la falsa felicidad no está entre los planes de Oriol. La actriz asume una responsabilidad con ella misma y con los demás por llegar a gente a la que antes no se llegaba y visibilizar la incomodidad, consciente de pertenecer a una generación que crece empoderada y que no da las cosas por sentado. “Lo guay de mi generación es que lo cuestionamos todo, somos rebeldes emocionales. Estamos en la transición de venir de unos ideales muy fuertes en cuanto al amor, a las relaciones o a las mujeres y tenemos que aprender a lidiar con lo que somos hoy y con lo que queremos ser mañana”. Lo que sí está en su futuro próximo, si su agenda se lo permite, es viajar, conocer mundo y recuperar experiencias vitales que la pandemia le arrebató. “Para mí, viajar siempre es el mejor plan. Coger aviones sin rumbo, sola o acompañada. Es otra forma de estimular la creatividad y una mirada universal sobre los problemas o las preocupaciones”.







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