Las campanadas de celebración de Schiaparelli han sido las responsables de inaugurar la Alta Costura de París. El encuentro, por excelencia, de los amantes de la industria que ha dado la bienvenida a la opulencia clásica y al placer visual de la marca en el Museo de Artes Decorativas de París.
Una cita que ha coincidido con la inauguración de una retrospectiva dedicada a la fundadora de la casa, Elsa Schiaparelli. Una propuesta a la altura de la Haute Couture FW22 parisina capitaneada por Daniel Roseberry y que ha reimaginado (y fusionado) la anatomía femenina con la belleza de la madre naturaleza.
“Creo que a veces nos ponemos a la defensiva cuando nuestros críticos nos acusan de querer simplemente hacer cosas bonitas. Pero, ¿qué hay de malo en querer hacer cosas bellas? No es la única parte importante de la vida, por supuesto, pero una gran parte de ella. Y hacer cosas verdaderamente hermosas no es realmente tan fácil. Pero es un privilegio y lo agradezco cada día”. De esta forma Roseberry, director artístico de Schiaparelli, ha hecho un alegato al mundo en el que ha expresado la presión a la que se someten los diseñadores por manifestar su particular significado de belleza. Y es que, la Alta Costura de Schiaparelli abraza a todos los términos que, de alguna u otra forma, conciben la belleza como eje central de su inspiración.
Daniel ya nos tiene acostumbrados a un sello de identidad indiscutible, perceptible casi a metros de distancia. Una esencia que reside en una obsesión por la figura de la mujer, haciéndola partícipe de cada prenda, como una extensión más de las puntadas y delicadeza de sus diseños. Pechos salpicados con polvo de plata, sobre los que ha conseguido que nazca la maravillosa asimetría de sus vestidos, y donde los pendientes XXL se han convertido en parte de escotes vertiginosos. Cinturas imposibles enmarcadas a través de la destreza de sus corpiños en voladizo, o volúmenes oníricos sobre faldas y vestidos que han resaltado el regreso de la riqueza abstracta de los años 80. En definitiva, un ADN identificable que parece obra de la mismísima Elsa.
La gama cromática, inspirada por Christian Lacroix, se ha centrado en tonalidades oscuras que ha combinado con su ya característico color oro, y que en ocasiones se ha fundido con cierta timidez con crudos. El negro, el invitado de honor de la propuesta, no ha sido uno cualquiera. No se ha tratado de un carbón, grafito, petróleo o ébano, es negro Schiaparelli allá donde vaya. Asimismo, la naturaleza, o, mejor dicho, en su particular papel como madre, se ha convertido en la protagonista innegable de la colección joya. Un jardín viviente que solo podía ser llevado a cabo por Roseberry y que ha afianzado su lugar indistintamente sobre prendas y accesorios. Una colección que, tal y como prometió el propio Daniel, ha sido una “mezcla entre algo que se ha sentido increíblemente moderno y también salvajemente romántico”. Sin duda, Schiaparelli te acompaña en la retina, se adueña de tu ser y consigue dejarte sin sentido. El juego perfecto que solo tiene cabida en la alta costura y que nunca defrauda, incluso estrenando pasarela entre las altas esferas. Schiaparelli es costura, magnificencia y elegancia.
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